Enseguida la curiosidad se apoderó de mi y me dispuse a leerlo. ¡Diossssss! Es una maravilla, a pesar de que, ¡no entiendo absolutamente nada! pero sentí el texto con todo lo que soy. La utilización del lenguaje, los nombres de personas que aparecían, Luciano y Genoveva, esa descripción tan bella de escenas tremendamente tiernas y llenas amor, me fascinaron, y como siempre todo estaba envuelto en un misterio, que enseguida quise desvelar.
Lo imprimí junto a otros dos relatos, "Nadadora sumergida" y "Asesinato en Alejandría", los tres compartían una misteriosa mujer que se llamaba Genoveva, a la que el protagonista pedía un pañuelo para llorar, razón suficiente para sospechar que algo en común los unía.
Los leía y los leía. porque me parecía maravillosa una nueva sensación para mi, leer sin entender, por el placer de dejar que las palabras sonasen, solo por el placer de oirlas en un conjunto de oraciones, vacías de significado aparente.
En una de esas lecturas, ocurrió que todo empezó a tomar forma. Las piezas del puzle se colocaban. Piezas que no podía colocar mi cabeza, pero que mis emociones y sentimientos entendían perfectamente, y armaban una historia deliciosa de amor.Y aquello que sentí, quise dar forma y contar al mundo un bello amor y nació: AMANTES ASESINADOS POR UNA PERDÍZ
Después decidí investigar sobre el poema en prosa Amantes asesinados por una perdiz y aún sigo estudiando esta faceta de Lorca.
Ahora la esencia la llevo dentro de mi alma, y mis compañeros de reparto me ayudan a darle vida cada vez que se ilumina la escena para Federico, presente, eterno, pasado y condicional a la vez y para Luciano y Genoveva.Amantes asesinados por una perdiz.
Narraciones(Hommage a Guy de Maupassant)
—Calle usted, Luciano, calle usted... No, no, Luciano, no.
—Para resistir este nombre, necesito contener el dolor de mis recuerdos. ¿Y usted cree que aquella pequeña dentadura y esa mano de niño que se han dejado olvidada dentro de la ola, me pueden consolar de esta tristeza? Los dos lo han querido, —me dijo su prima—. Los dos. Me puse a mirar el mar y lo he comprendido todo.
—¿Será posible que del pico de esa paloma cruelísima que tiene corazón de elefante salga la palidez lunar de aquel trasatlántico que se aleja?
—Es que tuve que hacer varias veces uso de mi cuchara para defenderme de los lobos. Yo no tengo culpa ninguna. Usted lo sabe. ¡Dios mío! Estoy llorando.
—Los dos lo han querido—dije yo—. Los dos.
Una manzana será siempre un amante, pero un amante no podrá ser jamás una manzana.
Por eso se han muerto, por eso. Con veinte ríos y un solo invierno desgarrado.
—Fue muy sencillo.
Eran un hombre y una mujer, o sea, un hombre y un pedacito de tierra, un elefante y un niño, un niño y un junco.
El viejo marino escupió el tabaco de su boca y dio grandes voces para espantar a las gaviotas. Pero ya era demasiado tarde.
Ocurrió. Tenía que ocurrir. Cuando las mujeres enlutadas llegaron a casa del Gobernador, éste comía tranquilamente almendras verdes y pescado frescos con exquisito plato de oro. Era preferible no haber hablado con él.
En las islas Azores. Casi no puedo llorar. Yo puse dos telegramas; pero desgraciadamente, ya era tarde. Sólo sé deciros que los niños que pasaban por la orilla del bosque vieron una perdiz que echaba un hilito de sangre por el pico.
Ésta
es la causa, querido capitán, de mi extraña melancolía.
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